El Laboratorio, una genealogía. Propuesta de investigación (II)

foto: colectivo fotográfico quieres callarte

Notas de contexto

En la emergencia del 15M, una de las primeras preguntas que rondaban las cabezas de quienes mirábamos asombradas la plaza era “Pero ¿de dónde ha salido todo esto?”. Y, de hecho, una de las actividades derivadas de esa eclosión fue trazar mapas que conectasen las prácticas dispersas que, en parte, habían ido gestando lo que después eclosionó en forma de nueva generación política: nuevos modos de hacer, una nueva Cultura. Lo periférico, lo marginal, se popularizó, en forma de práctica pero también de aceptación social, en una distinta relación con la propiedad y las resistencias a la expropiación de la vida por el capital, como es el caso de la ocupación de viviendas y espacios sociales, los grupos de consumo, las asambleas como forma de organización y deliberación colectiva sobre asuntos que, de privatizados e individualizados, pasaron a ser terreno común.

También se ha escrito mucho, desde los inicios, sobre este nuevo momento de lo político.

Ahora el momento es, de nuevo, otro. Y el devenir de las iniciativas y las reflexiones políticas —también del contexto político— ha generado en parte una resistencia que trata de fijar el cambio 15M como marco para un modo de hacer no reapropiable, un pensamiento vivo, crítico y radicalmente democrático que cuestione cada situación desde ese marco. En ese esfuerzo, en esa apuesta, la tarea de narrar la propia historia sigue constituyendo una práctica fundamental en la construcción de una narrativa de resistencia.

El sentido de trazar una genealogía no es otro que entender o ayudar a pensar el presente, también, claro, recoger el valor de la memoria colectiva.

El periodo inmediatamente anterior al 15M era calificado por muchas como de desierto político en Madrid (“Dormíamos. Despertamos”) , un impasse entre dos ciclos diferentes de luchas, pero lo cierto es que muchos de los movimientos que han vehiculado la expresión política popular posterior se organizaron en ese periodo. El hecho, entonces, de calificarlo —al menos parcialmente— como desierto responde a la experiencia vivida: desde momentos fuertes de agregación hacia una tendencia a la dispersión; y la falta de espacios sociales de referencia contribuía fuertemente a esa sensación entre gentes que provenían del ciclo anterior de luchas. De este modo, se delimita una generación política desde la experiencia de un común; en este caso, un común constituido por una experiencia compartida y por una ausencia posterior. Al mismo tiempo, buena parte de los postulados de ese ciclo, resurgirán -reconfigurados- en nuevas enunciaciones y prácticas posteriores.