Articulo publicado en diagonal: http://diagonalperiodico.net/article2774.html
BRENO M. BRINGEL , Investigador en la Unicamp (Brasil) y observador internacional en las últimas elecciones brasileñas por la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) y miembro del Komite de Apoyo al MST de Madrid
El panorama político en Latinoamérica ha variado profundamente, desde los iniciales triunfos electorales de Chávez en Venezuela, hasta la victoria de Correa en Ecuador, pasando por cambios en Uruguay, Nicaragua, etc. Alteraciones muy dispares entre sí, pero con muchos rasgos compartidos. Es la oportunidad para una amplia reflexión sobre los movimientos sociales transformadores hoy en América Latina. Empezamos con Brasil. Un 60,3% de los electores brasileños decidieron el pasado 29 de octubre frenar el ascenso de la derecha y dar una segunda oportunidad a Luis Inácio Lula da Silva. La expresiva victoria fue fruto del temor a la vuelta de un gobierno declaradamente conservador y no del respaldo a la actual gestión del presidente. Lula es consciente de ello y se enfrenta en su segundo mandato, además de a la oposición de la derecha tradicional, a la presión de una nueva izquierda que se reestructura..
Se ha repetido varias veces, tras la reelección de Lula, la siguiente pregunta: “¿Qué pueden esperar los movimientos sociales de esta segunda gestión?”. La respuesta es unísona y directa: no podemos esperar. El Partido de los Trabajadores (PT) ha sufrido una auténtica metamorfosis desde su fundación, en 1980, cuando abogaba por la negación del capital y el estrecho vínculo con las luchas populares. Durante su proceso de consolidación como partido político, acabaría por construir una burocracia estructuralmente idéntica a la de los demás partidos, moldeándose paulatinamente a los intereses del capital. Hoy el PT representa un partido neoliberal incrustado en el seno de la corrompida institucionalidad brasileña, y no ya un partido de transición socialista que busca transformaciones revolucionarias en la sociedad. Por eso, tras el chasco de los cuatro últimos años, no hay tiempo para esperar.
Cambios en el PT
El año 1990 comienza en Brasil con el impulso del modelo neoliberal por parte de Collor de Mello, modelo consolidado orgánicamente por Cardoso a partir de 1994. Vendiendo “combate contra la inflación” y “búsqueda de la estabilidad económica”, Cardoso instaura el Plan Real, extiende su agenda de privatizaciones y estrecha alianzas con los banqueros y el FMI. Paralelamante, los sindicatos pasan por un proceso de continua burocratización y los medios de comunicación se concentran aún más en torno a los sectores dominantes. El PT tampoco se libra de la vorágine capitalista. La base del partido empieza a decrecer y se acentúa la fragmentación entre varias corrientes internas divergentes, lo que da pie a la creación, en 1994, del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU), que nace con un carné de identidad anticapitalista y crítico frente a los síntomas de deriva ideológica petista.
Entre las varias corrientes de un PT dividido, la pugna es constante, pero la tendencia que logra imponerse es la denominada Articulación, compuesta fundamentalmente por católicos, intelectuales y activistas oriundos del movimiento sindical, la cuna de Lula. Dicha corriente, formada por políticos moderados, está muy cercana a los ideales de la socialdemocracia, por lo que no sorprende la línea política llevada a cabo por Lula. Las políticas sociales focalizadas, plasmadas en el programa Hambre Cero, han aliviado la pobreza sin alterar la estructura social, mientras la política económica ha sido prácticamente idéntica a la de su antecesor Cardoso, hasta el punto que éste afirmara, en una entrevista concedida en abril de este año a la revista Veja, que “me parece increíble escuchar a Lula hoy. Cuando le oigo llego a plantearme la siguiente pregunta: ¿el que habla es Lula o soy yo?”.
La crítica rotunda al modelo económico del Gobierno por parte de algunos miembros del PT, vinculados a la corriente del partido conocida como Democracia Socialista, les llevó a la expulsión del partido y a la subsiguiente creación, con el respaldo de una importante base crítica de parlamentarios, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL). Liderado por Heloísa Helena, representa la alternativa bolivariana en Brasil, logrando a través de una coalición de izquierdas con el PSTU y el Partido Comunista Brasileño (PCB), constituirse como el tercer partido más votado en las presidenciales.
La búsqueda de autonomía social
Por otro lado, los movimientos sociales que dieron su respaldo al Gobierno en un primer momento -y contribuyeron en gran medida a la reelección de Lula- también vieron sus expectativas frustradas. La imbricación histórica de algunos movimientos, como el MST, con el PT impidió una postura verdaderamente autónoma. La actual evolución del discurso de la mayoría de los movimientos populares hacia una mayor independencia viene emparejada al resurgir contestatario, centrado en las ocupaciones de los campesinos sin tierra y la lucha por la reforma agraria, las reivindicaciones de los sin techo y movimientos populares por una amplia reforma urbana y una vivienda digna o las protestas por una educación primaria y secundaria pública de calidad. El grito popular cristaliza en la creación este año de la Asamblea Popular Nacional, que tiene como objetivo discutir fórmulas para la articulación de los movimientos sociales brasileños, la formación de militantes y el debate de un proyecto de país centrado en las aspiraciones populares.
Durante muchos años, el apoyo a Lula en su carrera a la presidencia cohesionó y sirvió como elemento unificador del voto de la izquierda brasileña. La victoria de Lula en 2002 cerró este ciclo, abriendo otro en el cual, tras cuatro años de gestión petista, las posiciones de la izquierda tienen una orientación disímil: parte de la vieja “izquierda” sigue apostando por Lula y los escasos matices sociales para evitar un retroceso en la política nacional y la vuelta a una política económica aún más neoliberal; por otro lado, otros creen en la posibilidad de la reunificación de la izquierda partidista en la construcción de un nuevo frente socialista, como es el caso del PSOL; otra parte de la izquierda apuesta por un modelo de cambio basado en la irradiación territorial de las fórmulas participativas de Porto Alegre como fin y no como herramienta emancipatoria; y, por último, están aquellos que abogan por la reunificación en torno a la lucha popular y la autonomía de los movimientos sociales, con un apoyo crítico a Lula.
El rompecabezas está en construcción. Los cuatro años por venir se convierten así en un periodo clave para la reestructuración de la izquierda brasileña y para el futuro latinoamericano. Las piezas empiezan a moverse en un país con 12 millones de campesinos sin tierra, más de 50 millones de personas azotadas por el hambre -la gran mayoría negros- y unas 5.000 familias que acaparan un patrimonio equivalente al 46% de la riqueza generada al año en Brasil. A pesar de la crueldad de los datos y los hechos, Lula sigue hablando de conciliación de clases y de democracia racial, en un contexto donde la crisis del PT debe servir de catalizador para impulsar una radicalidad urgente que afronte las cuestiones de fondo. Y para estructurar un proyecto popular que dé voz a la mayoría de la población eternamente marginada por las élites dominantes.
