MST Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN EL ESTADO ESPAÑOL

Este artículo fue editado en Viento Sur, n. 61, Abril 2002.

MST Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN EL ESTADO ESPAÑOL

 

Ángel Calle

Universidad Carlos III de Madrid

 
 

1. Introducción

Este artículo pretende ofrecer un pequeño análisis de la realidad del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil, apuntando algunos factores internos y externos que puedan explicar la fortaleza de este movimiento social. Al mismo tiempo, este análisis nos sirve para reflexionar sobre determinados movimientos sociales de nuestro Estado, en particular, sobre los movimientos de solidaridad global (radicalmente democráticos), y a los que la prensa ha bautizado como el movimiento anti-globalización, en el contexto de las diferentes campañas UE 2002 1

2. El MST

El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil se funda en 1984 fruto de las experiencias históricas de movimientos campesinos y del apoyo de la Comisión Pastoral de la Tierra, ligada a las Iglesias católicas y protestantes, y de sindicatos de trabajadores. Brasil es hoy un país en el que un 1% de los propietarios controla el 50% de las tierras; muchos de los grandes latifundios, el 50% según el gobierno en la zona del Amazonas y 100 millones de hectáreas en todo el país, tienen su origen en títulos de propiedad falsificados. El MST se propone como objetivo básico la realización de una profunda reforma agraria al servicio de un potencial de 4 millones de campesinos. Su Utopía apunta más alto: la construcción democrática de una sociedad sin explotadores ni explotados, basada en los principios del "socialismo" y del "humanismo", en la que deberán imperar "la justicia social y la igualdad de derechos económicos, políticos, sociales y culturales", procurando también "combatir todas las formas de discriminación social y buscar la participación igualitaria de la mujer"2 . Junto a este ideario, que se renueva en encuentros extraordinarios cada 5 años que persiguen sobre todo una confraternización de los integrantes del movimiento social (el último congregó a 11.000 en agosto de 2000), el MST elabora unas pautas políticas concretas cada dos años, donde se definen alianzas y estrategias tácticas: movilizaciones contra el ALCA o la Deuda, apoyos al movimiento obrero de las grandes ciudades, acuerdos con otras organizaciones campesinas o con redes de excluidas y excluidos (sin techo, sin empleo, expropiados), etc.

En lo que se refiere a la lucha en el campo, dos son los frentes básicos del MST. El primero consiste en la organización y el apoyo a los sin-tierra en la realización de ocupaciones de latifundios improductivos y que, según la ley, deberían ser expropiadas por el gobierno. El segundo frente lo constituyen los campesinos y campesinas que ya consiguieron un pedazo de tierra y que se agrupan en asentamientos. Contribuyen al mantenimiento del MST y participan de ocupaciones y de actos de presión para solidarizarse con los sin-tierra que tomaron algún latifundio, y también para exigir apoyo técnico y económico al gobierno, más pendiente de buscar dólares para el pago de la Deuda Externa3.

¿Qué ha conseguido el MST en estos 17 años de lucha? Ciertamente, Brasil sigue siendo un país marcado por profundas desigualdades (el 10% acumula 28 veces más renta que el 10% más pobre) y dista mucho de la Utopía socialista. Pero en la práctica, de las 400.000 familias asentadas a través de la reforma agraria, un 85% lo hicieron tras participar en la lucha política de los sin-tierra. El MST cuenta en la actualidad con 81 cooperativas agropecuarias que permiten una subsistencia mucho más digna que la del pequeño agricultor no organizado, tal y como reconoce la propia FAO. En ciertos asentamientos la producción es totalmente colectiva. La reforma agraria está hoy en la agenda política de los partidos, principalmente de izquierda. La política de represión (1.600 muertos en las luchas campesinas de las últimas décadas) y la imagen de "violencia" y "corrupción" que los medios en general asignan al MST no han conseguido frenar a este movimiento social, que continua siendo apoyado por 2/3 de la población, si bien determinadas acciones (como la ocupación de edificios de la administración) reciben ciertas críticas.

¿Cuáles son las claves más significativas que pueden explicarnos la fortaleza del MST? En primer lugar, la propia naturaleza del conflicto que hunde sus raíces en el entorno de los sin-tierra. La emigración a la ciudad ofrece desempleo y marginalidad. Muchos son los que vuelven al campo tras una experiencia "frustrante" y deciden engrosar las filas del MST. El conflicto es urgente, muy visible y el MST no sólo goza de la credibilidad de los sin-tierra en la lucha por sus derechos, sino que también ofrece una representación del conflicto nítida y contrastable, al ligar los problemas locales con la reforma agraria, y de ahí saltar a la crítica al modelo neoliberal, proponiendo un desarrollo de Brasil centrado en las necesidades sociales internas y no en las demandas económicas externas.

Como acción colectiva en pos de la resolución del conflicto, la ocupación de tierras es una pieza central de la propuesta del MST. La asignatura que todo movimiento social pretende aprobar es la reintegración de la justicia en las normas sociales y jurídicas existentes. Para ello es esencial poner de relieve la contradicción existente entre justicia y orden legal. La ocupación restaura la justicia en el orden social y obliga al gobierno y a las elites a "mover ficha". Gandhi iba a buscar con los suyos la sal prohibida por los ingleses; Martin Luther King se sentaba en los restaurantes prohibidos para los negros. Aquí, en el Estado español, los espacios sociales abiertos por el movimiento okupa, la consulta social de 2000 de RCADE, el firme Campamento de la Esperanza de trabajadores y trabajadoras de Sintel y los encierros en el 2001 contra la Ley de Extranjería, son ejemplos de acciones que promueven la restauración de la justicia, tratando de implicar a la ciudadanía, y todo ello sin que se produzca un incremento de la violencia social, antes al contrario.

No obstante, la acción del MST no se detiene en la ocupación. El objetivo del MST es "derribar tres barreras: la del latifundio, la de la ignorancia, la del capital" según Stédile, uno de los líderes del movimiento4. Contra la barrera de la "ignorancia", el MST cuenta, en el ámbito interno, con múltiples iniciativas de formación: 15.000 educadores, centros y programas propios para el desarrollo de los asentamentos, contactos con universidades que abren puertas y planes para la formación de jóvenes sin-tierra (2.000 asistieron en el 2001 a la escuela de verano en la universidad de Campinas), etc. Para ganarse la confianza de la ciudadanía, el MST realiza campañas de sensibilización como las marchas, algunas de incluso 3.000 kilómetros, en las cuales va explicando su proyecto por ciudades y pueblos.

El MST considera que las barreras del latifundio y del capital no caerán por la sola presión de las ocupaciones. Por ello trabaja junto a otros actores, institucionales o no, para crear espacios que permitan construir alternativas de desarrollo para Brasil. Tal es el caso del Proyecto Popular, en el que ONGs, partidos, sindicatos, movimientos sociales y algunos sectores de las Iglesias tratan de crear un foro de debate estable del que salgan propuestas concretas. En algunos casos, el MST considera que, sin hipotecar sus principios, las necesidades sociales de los campamentos y asentamientos (educación, sanidad, transporte, créditos) o la búsqueda de una proyección mediática de sus reivindicaciones, bien puede justificar el entablar un diálogo con la administración pública.

En lo que respecta a las formas de coordinación de un movimiento social implantado en una variedad de contextos históricos5, el MST es un ejemplo práctico de la superación de la dialéctica a la que se enfrenta todo movimiento social: la búsqueda de un equilibrio entre coordinación y descentralización. Por un lado, el MST se inclina hacia un centralismo democrático (dirección nacional de 25 personas + estados que incorporan estrategias locales) muy abierto (congresos nacionales de militantes + encuentros nacionales que marcan direcciones políticas), difícilmente exportable a Europa, pero que ilustra la voluntad del movimiento en avanzar conjuntamente cultivando la democracia interna. Por otro lado, la descentralización es patente en la autonomía de las direcciones de cada estado (que permite aplicar en un contexto las estrategias acordadas en el ámbito nacional) y en la radicalidad democrática sobre la que, en última instancia, se afianza la lucha política del MST en sus dos frentes, campamentos y asentamientos. Los campamentos cuentan con una asamblea de delegados que decide soberanamente sobre las acciones a realizar. Estos delegados son representantes de asambleas de 8 o 10 familias acampadas. En cada campamento, y eventualmente en cada grupo de familias, existen responsables por áreas de negociación, educación, seguridad, salud, etc. de tal manera que hasta el último sin-tierra participa en decisiones colectivas y está informado-a de las mismas. Por su parte, los asentamientos deciden el tipo de cooperativismo (o la ausencia del mismo) a practicar, así como el grado de involucración en la lucha; generalmente se contribuye al MST con un 3% de lo producido y de los créditos recibidos, y donde el cooperativismo alcanza cotas mayores de colectivismo, se liberan personas para coordinar la lucha en otros lugares de Brasil.

En el MST la consigna es clara: no imponer, sino ayudar a crear. Ello se refleja en la forma en que operan las comisiones de trabajo (educación, frente de masas, cooperativas, internacional, finanzas, etc.). Sobre cualquier rigidez estructural, se prima la creatividad y la libre participación en estas comisiones. Función antes que estructura, para garantizar que el MST tenga su fuerza real en las bases, en las personas que se implican en su lucha. La descentralización no es entonces un medio, sino un fin: coordinación necesaria para mantener un movimiento social hacia su Utopía, que es bien distinto de convertir un movimiento social en una organización6.

3. Movimientos de solidaridad global en nuestro Estado: algunos apuntes

Antes de sugerir comparaciones entre el MST y los movimientos en nuestro Estado, conviene reflexionar con el espacio social y la cultura política en la que se encuentra inmerso el movimiento brasileño. En este sentido, muchas movilizaciones en Latinoamérica no son comprensibles si no reparamos en la consistencia y la centralidad de sus valores comunitarios. Ejemplos paradigmáticos de esta integración individuo-comunidad-naturaleza son movimientos como el zapatista y los indígenas de Ecuador. Ello es así por dos razones. La primera, asentada en el ámbito de la subjetividad, nos remite a la existencia de culturas ancestrales (caso de la cultura maya), o más modernas (zapatismo, teología de la Liberación en el Brasil) que, en unión con el palpitar revolucionario latinoamericano de los 60 y 70, entrelazan y hacen inseparable lo común de lo particular, la liberación social de la personal7. Todo oprimido es un poco dependiente de su opresor, quiere ser como él, venía a afirmar Paulo Freire. Por lo tanto, librarnos de la violencia no puede equivaler a "librarnos" de los opresores. La liberación ha de ser conjunta: de la ciudadanía en su totalidad y de cada persona en particular.

La segunda razón, de índole más objetiva, es la retroalimentación y puesta en práctica de estos valores a través de una socialización intensa en espacios alternativos al orden que se desafía: los campamentos del MST resisten las embestidas policiales y paramilitares, amén de la falta de alimentos, por espacio de dos a siete años; los movimientos indígenas, a su vez, se levantan sobre comunidades donde generación tras generación se fortalece la resistencia cultural y política.

En contraposición, en los grandes centros urbanos del llamado Norte, estos dos motores de la lucha política, salvo excepciones, están ausentes o no son tan consistentes. El individualismo y el materialismo de nuestras sociedades dejan huella en las condiciones subjetivas en las que recreamos nuestros movimientos sociales. Bien a través del idealismo científico, bien a través de la acción irreflexiva, o bien impulsados por el cultivo de un hedonismo, Occidente tiende hacia la "cultura" del yo. Así, asistir a una asamblea en Brasil (del MST o de otras redes sociales), supone comprobar que, cuando hay convicción en lo común y no se parte de lo particular, es posible hablar sin levantar la voz, escuchar silencios entre las intervenciones, y sobre todo, dejar atrás intereses corporativos o el sectarismo de identidades no dispuestas a "contaminarse" por el resto de la humanidad. Un panorama distinto, pues, de las reuniones que protagonizan los movimientos de solidaridad global en este Estado, a juzgar por las críticas vertidas a la reunión estatal sobre Campañas UE 2002 de Zaragoza, en noviembre de 20018.

Por otra parte, a pesar del acceso a recursos y a internet, la comunicación real es difícil en nuestras ciudades, obstaculizando la creación de códigos culturales compartidos e impidiendo limar asperezas y desconfianzas. Así, por poner un ejemplo, en Brasil la foto del Che presidirá las casas de los sin-tierra, de los militantes del CUT y del PT, y de algún que otro espacio ligado a alguna de las iglesias que existen. Constituyen símbolos y lenguajes que trascienden generaciones y espacios sociológicos, a diferencia de lo que ocurre por estos lares. Y existen porque se recrean y comparten en espacios físicos, tanto en los propios de cada colectivo, como en la multitud de redes y experiencias que los ponen en contacto. Tal es el caso de las grandes marchas y congregaciones rumbo a Brasilia que han dado lugar, una vez que culturas y experiencias comunes se han asentado, al Foro Nacional de Luchas (FNL) que aglutina a sectores sociales opuestos a las políticas neoliberales. No caigamos en la tentación de pensar que la existencia del Foro ha dado lugar a la recreación de espacios sociales, acciones y discursos compartidos. Más bien ha acontecido al revés, pues no podemos olvidar que estos actores políticos provienen de la movilización común que derribó la dictadura a comienzos de los 80. En el Estado Español, por el contrario, las redes entre distintos colectivos sociales son aún muy débiles. Así, por poner el ejemplo de Madrid, no existe una gran tradición de trabajo conjunto entre sectores más ligados a los nuevos movimientos sociales (ecologistas, pacifistas, redes ciudadanas, incluso okupas) y sectores provenientes de vertientes más institucionales, principalmente del movimiento obrero (partidos, sindicatos, ONGs u otros colectivos políticos). Y en algunos casos, la memoria histórica de esas relaciones está plagada de referencias a desencuentros en ámbitos muy concretos (posicionamiento frente a la Guerra de Bosnia, por ejemplo) o en planos de mayor alcance (descrédito de la acción institucional entre parte de la militancia más joven, temor a la "inorganicidad creativa" de los nuevos movimientos sociales). Allá donde se desarrollan espacios de interacción al margen de las campañas (foros, mesas de trabajo, redes locales), se trabaja denodadamente en encontrar unos mínimos de interacción en las asambleas, y los personalismos desaparecen ante la preocupación por la libertad común, encontramos una mayor fluidez para desactivar desencuentros y alcanzar consensos que tienen su reflejo en la práctica (por poner unos ejemplos, véanse las contra-cumbres de Barcelona o Cáceres; y también en Madrid la coordinación de espacios frente a la cumbre Unión Europea-América Latina).

El análisis de estos desencuentros nos lleva al tema de la hipersensibilidad frente al poder como una de las características de los movimientos sociales contemporáneos. Sus raíces pueden estar, en algunos casos, en el legado cultural e ideológico del anarquismo. Pero en realidad, es una característica que comparten integrantes e incluso colectivos que se declaran herederos de corrientes marxistas. Esta hipersensibilidad es, por tanto, un principio, más que un estado pasajero. Es decir, la democracia participativa o radical, el cómo al que están tan atentos muchos nuevos movimientos sociales, no se acoge como medio para llegar a, sino como base fundante de cualquier proyecto social. Aparte de constituir un principio, la radicalidad democrática trata de impulsar espacios anclados en lo local, que permitan constituir biografías personales y colectivas realmente alternativas al orden existente, y en las que las personas sean los centros y no las organizaciones. No es una cuestión de eficiencia o de nuevas metodologías de movilización, sino de valores políticos que, parcialmente, se ven impulsados por estructuras como internet, velando por la existencia constante de compartimentos sociales que no puedan ser fagocitados por un pensamiento o sistema organizativo, sea éste de la índole que sea. Las asambleas (del MST o de los movimientos de aquí), la búsqueda de acciones que liguen lo local a lo global (campamentos, ocupaciones, consultas sociales, llamadas a la acción, el trabajo en los barrios), han venido para quedarse. Y la incomprensión o el rechazo de esta cultura política genera a veces tensiones cuando se insiste en dar preeminencia a una hipotética estructura antes que a una coordinación demandada por una necesaria función; coordinación que ha de crecer al calor de experiencias compartidas y confianzas asentadas en el seno de una diversidad de sensibilidades políticas.

Así, el Foro Social de Génova no es una experiencia "transportable" a la realidad social de nuestro Estado. Las redes sociales que lo componen tienen un inusitado vigor fruto de múltiples experiencias locales (afianzamiento en los 90 de las redes de centros sociales okupados y de movimientos zapatistas como Ya Basta que pasaron a convertirse en importantes referentes políticos y culturales; sinergias positivas de base entre movimientos cristianos, pacifistas, ONGs, etc. como puede ser la Rete Lilliput; fortaleza del movimiento estudiantil), y de la confianza tejida, fruto de años de interacción en torno a dinámicas concretas de lucha política, entre movimientos sociales y ciertos sindicatos (Confederazione Cobas) y partidos (caso de Rifondazione Comunista, Verdi, y otros). El Foro Social de Génova debería ser, entonces, una experiencia aleccionadora e ilusionante de cómo traspasar el umbral de esta etapa "pre-social", caracterizada por una debilidad extrema de culturas sociales que se adecuen a un trabajo "en redes", lo que imposibilita un diálogo político sostenido y una construcción de discursos y acciones compartidos.

Por el contrario, parece que las campañas bajo la presidencia española de la Unión Europea se volverán a caracterizar por una preeminencia de la protesta y de la sensibilización en torno a las grandes cumbres. Propuestas de trabajo local que ayudasen a vertebrar y conectar redes de base han pasado desapercibidas. La ciudadanía difícilmente se va a acercar a unos movimientos sociales si éstos permanecen lejanos, desconectados entre sí y más pendientes de hacer valer intereses o visiones particulares del conflicto.

Atreverse a sugerir direcciones de los movimientos de solidaridad global es, más que arriesgado, un ejercicio poco recomendable, habida cuenta de que, sin obviar experiencias históricas de luchas sociales, estamos ya embarcados en una realidad política en la que los procesos son "muy actuales" y están "muy vivos"9. Por ello, me atreveré a sugerir algunas claves sobre las que deberíamos reflexionar para, sin decidir el hacia dónde caminar, sí nos ayuden a construir el cómo caminar: ·

  • Acción: sólo un adecuado balance (para poner en evidencia los conflictos y "resolverlos") entre iniciativas locales y globales nos permitirán agrandar nuestro tejido social; amén de hacer de la ciudadanía el sujeto histórico de cambio, debe buscarse la complementariedad entre desobediencias constructivas, sensibilización y presión institucional. ·
  • Coordinación: habilitación de espacios radicalmente locales y democráticos desde los que delegar en coordinaciones más globales atendiendo al contexto cultural y a las necesidades políticas; refuerzo de la comunicación entre redes sociales mediante espacios e iniciativas al margen de campañas que permitan compartir biografías y códigos culturales. ·
  • Sentido político: convivencia incluyente de grandes narrativas que puedan ir sedimentando en principios comunes, de tal manera que se prime el aumento de la vitalidad de los procesos reales en aras de lo común sobre los debates idealistas, los hechos inconexos y los deseos de marcar direcciones.

En cualquier caso, cada movimiento social deberá hacer un esfuerzo por entender posiciones y culturas que, en principio, nos parecerán "ajenas" o "contrarias" a "nuestro" espíritu de solidaridad. La articulación social exigirá firmeza en valores a la vez que generosidad en las iniciativas concretas10