Origen del proyecto.
En 2017 se cumplían 20 años de la primera okupación (el 19 de Abril de 1997) de lo que se consolidaría poco después como Centro Social El Laboratorio, que tuvo -y dio- vida en el barrio de Lavapiés entre ese año y el 2003, en tres sedes diferentes. Sus vidas posteriores sin embargo se desplegaron en múltiples sentidos: Solares okupados, nuevos centros sociales, locales y proyectos cooperativos, redes territoriales y sobre todo prácticas, sentidos y modos de hacer. Lo que podemos llamar una cultura política de la Autonomía que además incorpora en su ADN algunas de las experimentaciones más importantes de aquella época: el cruce de lenguajes artístico-políticos, la imaginación y parcialidad de las prácticas (alejándose del dogmatismo de tradiciones políticas anteriores y más acorde con la influencia zapatista del momento) y el arraigo en el territorio. Una cultura que podemos aun rastrear a día de hoy.
A 20 años de esa experiencia y por algunos empujes del presente, a algunas personas nos pareció relevante rescatar esa memoria, por varias razones que podemos resumir en dos: la necesidad de elucidar nuestra propia historia (es decir, recuperarla, narrarla y pensarla en primera persona -colectiva- como parte de un acervo común de conocimiento) y en segundo lugar como aporte a -nuestro común- presente.
Con ese punto de partida, empiezo a trabajar sin guión en la activación y recuperación de esa memoria.
Propuesta incial
A partir de ahí arrancamos un ronda de consultas a personas más o menos cercanas que participaron de la experiencia, sobre la pertinencia y viabilidad de la idea que da pié a la elaboración de la propuesta:
El Laboratorio, 1997-2003. Una genealogía para las prácticas del común.
¿Por qué esta investigación? Convocar la memoria. Entender el presente
Trazar líneas de memoria sobre un territorio construye mapas para la inteligibilidad del presente y posibles orientaciones para las prácticas y retos actuales. La ciudad de Madrid acumula una ingente cantidad de historias más o menos recientes (algunas menores, subalternas, algunas que han calado definitivamente en la cultura y los modos de hacer) que forman parte indisoluble de nuestro espacio urbano.
Entre ellas, la historia reciente de los movimientos sociales, las luchas por el territorio y la inserción de espacios ciudadanos y autónomos en éste, las prácticas híbridas (artísticas, políticas, sociales) y, como resultado, la emergencia de nuevos lenguajes que componen un archivo de memoria discontinua pero muy rica que son patrimonio común, aunque disperso, de esta ciudad.
Recopilar, trazar, recoger y analizar esas prácticas es una tarea aún pendiente, especialmente en un momento en que la introducción de la diferencia en las narraciones de nuestro común puede contribuir a enriquecer la percepción colectiva y orientar la lectura que desde lo político se hace de las prácticas sociales, la relación con y entre los movimientos y el tejido social de la ciudad.
Esta investigación se apoya en el caso del Laboratorio (experiencia política que tuvo lugar entre los años 1997 y 2003), como una contribución a la construcción de ese archivo común que sin duda es más amplio, con la pretensión de ser parte de una apuesta por ir tejiendo una red de documentación y pensamiento sobre la ciudad de Madrid.
Notas de contexto
En la emergencia del 15M, una de las primeras preguntas que rondaban las cabezas de quienes mirábamos asombradas la plaza era “Pero ¿de dónde ha salido todo esto?”. Y, de hecho, una de las actividades derivadas de esa eclosión fue trazar mapas que conectasen las prácticas dispersas que, en parte, habían ido gestando lo que después eclosionó en forma de nueva generación política: nuevos modos de hacer, una nueva Cultura. Lo periférico, lo marginal, se popularizó, en forma de práctica pero también de aceptación social, en una distinta relación con la propiedad y las resistencias a la expropiación de la vida por el capital, como es el caso de la ocupación de viviendas y espacios sociales, los grupos de consumo, las asambleas como forma de organización y deliberación colectiva sobre asuntos que, de privatizados e individualizados, pasaron a ser terreno común.
También se ha escrito mucho, desde los inicios, sobre este nuevo momento de lo político.
Ahora el momento es, de nuevo, otro. Y el devenir de las iniciativas y las reflexiones políticas —también del contexto político— ha generado en parte una resistencia que trata de fijar el cambio 15M como marco para un modo de hacer no reapropiable, un pensamiento vivo, crítico y radicalmente democrático que cuestione cada situación desde ese marco. En ese esfuerzo, en esa apuesta, la tarea de narrar la propia historia sigue constituyendo una práctica fundamental en la construcción de una narrativa de resistencia.
El sentido de trazar una genealogía no es otro que entender o ayudar a pensar el presente, también, claro, recoger el valor de la memoria colectiva.
El periodo inmediatamente anterior al 15M era calificado por muchas como de desierto (“Dormíamos. Despertamos”) político en Madrid, un impasse entre dos ciclos diferentes de luchas, pero lo cierto es que muchos de los movimientos que han vehiculado la expresión política popular posterior se organizaron en ese periodo. El hecho, entonces, de calificarlo —al menos parcialmente— como desierto responde a la experiencia vivida: desde momentos fuertes de agregación hacia una tendencia a la dispersión; y la falta de espacios sociales de referencia contribuía fuertemente a esa sensación entre gentes que provenían del ciclo anterior de luchas. De este modo, se delimita una generación política desde la experiencia de un común; en este caso, un común constituido por una experiencia compartida y por una ausencia posterior. Al mismo tiempo, buena parte de los postulados de ese ciclo, resurgirán -reconfigurados- en nuevas enunciaciones y prácticas posteriores.
Centros Sociales
En la reflexión y práctica de los centros sociales en Madrid, la idea central de que estos son dispositivos fundamentales de intervención en la ciudad ha sido uno de los argumentos centrales en la defensa y promoción de estos espacios. Los centros sociales, en tanto que espacios privilegiados de socialización, agregación política, creación cultural y prácticas transformadoras, constituyen un elemento fundamental para una política urbana antagonista. Analizar las experiencias de los centros sociales, por tanto, no se cierra sobre la construcción de una narrativa de movimiento (en este caso, el de okupación) más o menos marginal, sino que tiene un alcance e interés mayor por cuanto los centros sociales son considerados como actores claves de las políticas urbanas. O dicho de otro modo: Los centros sociales encarnan la idea de comunes urbanos que pueden establecer o reconstruir los vínculos comunitarios necesarios para pensar en instituciones del común en la ciudad. En este sentido, ese análisis puede contribuir a pensar a día de hoy el papel de los espacios sociales como agentes activos del cambio político en las ciudades en general y en Madrid en particular.
También —no hay que olvidarlo en estos momentos de pensar, afirmar o negar la representación política y las formas de intervención social activista— porque algunas experiencias de convivencia en espacios sociales constituyen una de las experimentaciones más valiosas respecto a la idea de poner la vida en el centro, de utilizar la propia vida como condición de experimentación y práctica política.
A día de hoy, en Madrid, la situación política requiere ser pensada en su presente. Esta genealogía se pretende también como herramienta para eso: ¿de qué modo los planteamientos, o algunos planteamientos, de algunas prácticas autónomas de finales de los 90 y primeros 2000 se recogen en planteamientos y prácticas políticas actuales?, ¿qué sentido tienen?, ¿qué se puede rescatar para ser pensado de nuevo bajo la óptica actual?, ¿cuál es el papel de los centros sociales en la política municipal?, ¿qué dispositivos consideramos apropiados para la gestión de la vida común en las ciudades y cómo se pueden articular entre ellos?
En ese sentido, cada experiencia singular encarna un valor propio, expresa los contenidos de una época, pero contribuye además a incrementar —y transmitir— el corpus de conocimiento colectivo en resistencia a la lógica neoliberal.
El Laboratorio es una de esas experiencias.
¿Por qué hablar ahora sobre El Laboratorio?
El Laboratorio fue una experiencia autogestionada que tuvo lugar en Madrid desde finales de los 90 a primeros de los 2000 y que marcó un hito no solo en el movimiento de okupación (entendido “movimiento” en sentido amplio), sino también en el sentido mismo de entender las agregaciones políticas desde, al menos tres conceptos clave: experimentación, diferencia y autonomía. Tres conceptos que se despliegan en otros (des-identidad y renuncia a los grandes relatos, desobediencia/insumisión,…),pero que sirven para iniciar o vehicular la cartografía de un modo de hacer política que arroja luz sobre lógicas y conflictos actuales.
Hay otro elemento clave en la experiencia del Laboratorio y es su carácter fundacional. El Laboratorio se inaugura sobre un cuestionamiento de identidades y modos de hacer abriendo en cierto modo un espacio novedoso para el pensamiento y la acción.
El Laboratorio inició su andadura con la okupación – pública– de un enorme inmueble público en el número 68 de la calle Embajadores, en el Lavapiés que comenzaba a sufrir la rehabilitación o a prepararse para la gentrificación, un 19 de abril de 1997. El cierre de la experiencia es más difícil de determinar: tras el desalojo de su última y efímera edición en junio de 2003, se desplegaron una serie de preguntas y nuevas prácticas que trataban de afrontar la situación del momento atravesada por la carestía de espacios, la imposibilidad de ocupar nuevos inmuebles sin abandonar el vínculo con el territorio o sin ajustarse a proyectos menores, el cierre institucional a dar respuesta a esa demanda, el cansancio, y por preguntarse de nuevo el sentido y el carácter que podían tener los centros sociales en un nuevo ciclo (como fué el caso de la Campaña Tabacalera a Debate de 2004). El Laboratorio tenía el hábito creativo de cuestionarse a sí mismo, pero aun así se desplegó también en otras iniciativas, tornándose en nuevas formas, mutando. Entre ellas, una de las experiencias pioneras de ocupación de solares, en la calle Olivar (inicialmente “Laboratorio en el Exilio”).
El Laboratorio fue en parte una escuela (de prácticas) de participación y acción política, un centrifugador de iniciativas, un centro no centralizador, un espacio en el que aprender y tramarse afectivamente con la política, y sus resonancias pueden leerse inscritas en prácticas no directamente vinculadas por identidad, pero sí por lógicas, por cierta cultura política que se practicó (y en parte se fundó) durante aquellos años (no solo claro en el Laboratorio).
Se cumplen ahora 20 años de aquella experiencia. Pensar la experiencia del Laboratorio y el papel que jugó en su contexto es una oportunidad de pensar los modos de hacer, las prácticas prefigurativas, la generación de comunes en el contexto urbano y el papel de cada dispositivo en un contexto dado. También rastrear el sentido de conceptos políticos que aun hoy resultan fundamentales.