LA TRAGEDIA DE LOS COMUNES SIN COMUNIDAD

Hace unos días, en un canal de Youtube que se llama “Questions de science” aparecía un pequeño fragmento de una charla del divulgador científico Étienne Klein. En ésta le preguntaban si sobre el debate energético, la única solución posible es la reducción drástica del consumo de combustibles fósiles. La charla es de diciembre de 2012, pero los once años transcurridos, no solo no desmienten su contundente respuesta, sino que confirman su validez. Lo primero que hace es una referencia a un artículo de la revista Nature que recoge los datos de consumo de petróleo, gas y carbón, y explica como dicho consumo, a nivel mundial, no para de aumentar. Opina que el descenso de consumo de combustibles fósiles solo se reducirá por el agotamiento de éstos, que emitiremos todos los átomos de CO2 que podamos, y que una vez hecho esto, será demasiado tarde para revertir la desregulación climática que se producirá. Dice que no ve la manera en que la gente de la tierra podamos tomar colectivamente la decisión de reducir el consumo de energía voluntariamente, porque desarrollamos todo tipo de mecanismos intelectuales para no creer lo que sabemos. Por último, le dice a la persona que preguntó: “Usted ha venido en coche, ¿no?”.

A pesar de la gravedad de la cuestión, el último comentario genera la carcajada del público. Es probable que se deba a que nuestra mente tiene asumido que hay una inercia social que es muy difícil, si no imposible, evitar, ya que, a pesar de se nos inculque el individualismo, en nuestro interior, aunque sea inconscientemente, está presente nuestra enorme interdependencia. Incluso entre las personas más concienciadas, no solo del cambio climático, sino de las demás catástrofes ambientales en marcha, es difícil encontrar a alguien que haya dejado de usar en su día a día los combustibles fósiles.

Así que es evidente que no van a servir solo las respuestas individuales sino que serán necesarias decisiones colectivas. En la gráfica vemos cómo a pesar de que cada vez hay más personas concienciadas con la degradación medioambiental, la evolución del consumo de combustibles fósiles sigue siendo ascendente.

La cuestión es, por tanto, cómo tomar esas decisiones colectivas para frenar la degradación medioambiental, que pasa inevitablemente por una reducción voluntaria del consumo de combustibles fósiles. Étienne Klein afirma no saber cómo articular la toma de esa decisión colectiva, porque hemos desarrollado herramientas intelectuales para no creer lo que sabemos.

Es cierto que resulta complicado que una especie renuncie al aprovechamiento de todos los recursos disponibles. Si metemos un cierto número de vacas en un cercado, aprovecharán toda la hierba disponible y, cuando haya abundancia, se reproducirán espontaneámente sin pensar que puede venir una época de escasez de comida. Así que cuando inevitablemente llegue esta situación, simplemente se reducirá su población hasta adaptarse a los recursos disponibles. Pero las personas no somos vacas, de nosotras se esperaría una mayor capacidad de anticipación ante los posibles escenarios futuros.

Sin embargo, a lo largo de la historia, son muchas las civilizaciones que no supieron evitar su desaparición, como cuenta Jared Diamond en su libro “Colapso”. En éste, además de contar varios de estos casos, analiza las causas que pudieron provocar la incapacidad de esas civilizaciones de reaccionar a tiempo, de la manera adecuada, para revertir la situación. Plantea varias situaciones:

  1. El colectivo no es capaz de prever el problema.
  2. El problema ya ha llegado pero el colectivo no lo percibe.
  3. Se percibe el problema pero no se trata de resolver.
  4. Se percibe el problema, se trata de resolver, pero no se consigue.

La información necesaria para prever el problema se tiene desde hace bastante tiempo. Según figura en la wikipedia, el efecto invernadero fue propuesto por Joseph Fourier en 1824, descubierto en 1860 por John Tyndall, investigado cuantitativamente por primera vez por Svante Arrhenius en 1896 y desarrollado desde 1930 hasta acabada la década de 1960 por Guy Stewart Callendar. Así que hace mucho tiempo que se conoce y que se investiga sobre él, pero no solo son previsiones: las temperaturas registradas los últimos años indican que la temperatura media de la tierra supera ya en más de un grado a la de referencia preindustrial, que es la media registrada entre los años 1850 y 1900.

Así que no solo se conoce el problema, sino que ya está presente, y se están comprobando sus efectos. Ya se ha generalizado el consenso, tanto a nivel científico como institucional. Los sectores negacionistas son cada vez más minoritarios, así que las personas que están al frente de las instituciones, salvo pocas excepciones, reconocen como prioritaria la lucha contra el cambio climático y afirman tener la intención de tomar las medidas necesarias para limitarlo.

Sin embargo, a pesar de las sucesivas cumbres del clima, las emisiones de CO2, no han cesado de aumentar, como se puede observar en la gráfica siguiente.

Estaríamos entonces en la cuarta situación: Se conoce el problema, se toman medidas para solucionarlo, pero estas medidas no funcionan.

Sobre las dificultades con que se encuentran los grupos humanos para evitar el colapso, Jared Diamond cita varias, entre las que podemos comentar algunas, buscando paralelismos con la situación actual, como por ejemplo:

  • Conflictos de intereses entre grupos que se ven afectados en diferente medida.

El cambio climático en marcha tiene un primer efecto, que es la elevación de las temperaturas medias. En principio, esto perjudica más a las zonas que ya son cálidas. Por un lado puede ser desagradable pasar calor, pero es más grave el efecto sobre los cultivos, porque puede haber problemas con la producción de alimentos.
También hay que tener en cuenta la humedad, pues en climas secos el calor puede ser soportable, pero en las zonas con un elevado porcentaje de humedad ambiental, una elevación de las temperaturas puede hacer imposible la evacuación de calor a través de la transpiración, lo que puede provocar que algunas regiones del trópico resulten inhabitables.
Un efecto secundario de temperaturas más altas es la elevación del nivel del mar. Sobre este asunto, en febrero de 2023, António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, afirmó que “aunque el mundo lograra limitar a 1,5ºC el aumento de la temperatura global para fin de siglo, el nivel del mar se elevaría considerablemente, amenazando la existencia misma de algunas comunidades e incluso, de algunos países bajos. El peligro es especialmente grave para los casi 900 millones de personas que viven en zonas costeras a poca altura, es decir, uno de cada diez habitantes del planeta”.
Ante esto, en países que no son demasiado cálidos, no tienen mucha humedad ambiental o no están a altitudes bajas, sus habitantes pueden pensar que no les afectará negativamente el cambio climático, incluso en países fríos pueden creer que mejorará su situación al volverse más templados. Sin embargo, el clima no es un sistema simple, en el que un aumento de la temperatura media provoque un aumento del calor en todas las regiones, sino que es un sistema complejo en el que puede haber efectos rebote inesperados. Debido por ejemplo a la alteración de las corrientes transoceánicas que regulan la temperatura del planeta. Una de ellas es la corriente de circulación meridional del atlántico, AMOC. Esta corriente se produce por el efecto de agua fría, profunda y dulce que partiendo de la zona ártica se dirige hacia el sur, pasando por ambas Américas, y después se mueve hacia el este, pasando por África, mientras que el agua oceánica más salada y cálida, proveniente de los océanos Pacífico e Índico, pasa por el extremo sur de África, gira hacia Florida y sus alrededores y continúa por la costa este de Estados Unidos hasta Groenlandia. Como se aprecia en el mapa, la parte fría de la corriente baña las costas de América y la parte cálida pasa por Europa, suavizando el clima de esta región.

Debido al cambio climático, se está produciendo un deshielo acelerado, y esto provoca que se viertan mayores cantidades de agua fría y dulce desde Groenlandia. Este flujo se mueve hacia el Atlántico Norte, ralentizando el movimiento de toda la corriente. Este fenómeno se viene estudiando desde hace años, pues se teme que llegue a producirse la parada total de esta corriente. Los estudios intentan averiguar cuándo se podría producir una parada total y qué consecuencias tendría. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) estima que la parada no se producirá antes de 2100, aunque estudios recientes arrojan resultados que acercan el colapso de la corriente a dentro de pocas décadas. En cuanto a las consecuencias, ya no pasaría el flujo de agua caliente por el lado este del Océano Atlántico, lo que provocaría, en esa zona, bajadas de temperatura entre 5 y 15 grados centígrados y esto significa gran parte de Europa sepultada bajo una enorme capa de nieve, o sea, inhabitable.
Así que las consecuencias de la desregulación climática en curso son tan imprevisibles que ninguna región del planeta puede considerarse a salvo de situaciones problemáticas, ya que incluso las zonas que queden más habitables se encontrarán con la compleja situación de gestionar la llegada de millones de personas desplazadas.

  • Conflictos entre las medidas necesarias para resolver el problema y los valores dominantes de la sociedad.

En este aspecto, se produce un enorme choque entre la inevitable reducción de la producción y consumo de recursos materiales y el mito del progreso, en torno al cual se ha construido la civilización actual.
Durante el periodo histórico de la edad moderna se producen una serie de cambios en el imaginario colectivo, hay mucho interés por explorar nuevos territorios, y se producen grandes avances en la navegación que permiten esas expediciones, surgen descubrimientos científicos que son difundidos gracias a la imprenta, inventada en esa época, se crean universidades, surge el racionalismo que ensalza la capacidad del ser humano para conocer la naturaleza y dominarla.
Se desarrolla la idea de que el ser humano es creador de riqueza, y es lógico que se tenga esa sensación pues esa búsqueda de progreso se produce en un mundo con muchos recursos por conocer y aprovechar.
Cuando se inicia la edad contemporánea se sigue manteniendo esa idea, siguen los avances científicos y tecnológicos que permiten seguir con el aumento de la producción, aparecen los combustibles fósiles que disparan la capacidad productiva, reafirmando la idea de progreso, que se traduce en el concepto de crecimiento económico. Y estas ideas no son discutidas por nadie, hasta mediados del siglo XX cuando se empieza a vislumbrar la posibilidad de que ese progreso, entendido como aumento de la producción de bienes, pueda no ser eterno. A partir de entonces, algunas personas empiezan a plantear la posibilidad de que existan límites materiales al crecimiento económico, que se manifiestan como escasez de recursos o como saturación de los sumideros de deshechos.
Es destacable la aparición del libro “Los límites del crecimiento”, escrito por Dennis Meadows, Donella Meadows y Jørgen Randers, editado en 1972, donde se estudia esta cuestión y se hacen proyecciones sobre cómo evolucionará la producción agrícola, la producción industrial, la contaminación, la disponibilidad de recursos energéticos,… concluyendo como resultado de sus simulaciones por ordenador que, efectivamente, existen límites al crecimiento, pues este no puede darse de manera indefinida en un planeta de recursos finitos.
A estas alturas está claro que el crecimiento económico depende de la producción de bienes y servicios, pero ahí el lenguaje peca de falta de precisión, pues el ser humano no produce nada, solo puede extraer y transformar recursos en bienes que nos resulten útiles, pero para ello deben existir esos recursos y aunque muy amplios y variados no son infinitos.
En este momento, por tanto, hay quienes son conscientes de los límites y proponen un cambio en el imaginario colectivo, que acabe con el mito del crecimiento infinito y se asuma una gestión de los recursos de manera sostenible, lo que implicaría un decrecimiento económico desde el puto de vista de indicadores como el PIB.
Este planteamiento sería el único que podría evitar un colapso, ya que los impactos ambientales son tales que solo se podrían suavizar empezando ya con esas medidas decrecentistas.
Sin embargo, el peso de los valores dominantes es tal, que como decía Étienne Klein, hemos desarrollado todo tipo de mecanismos intelectuales para no creer lo que sabemos.
Esto destaca especialmente en la teoría económica dominante, que considera que cuando un producto escasea “siempre” podrá sustituirse por otro, ya que la escasez producirá un aumento de precio y eso incentivará el desarrollo del sustituto, que aparecerá antes o después. Sin tener en cuenta que vivimos en un planeta finito y que este hecho desmiente, de manera indiscutible, el mito del crecimiento infinito.

  • Enfoques a corto plazo.

Esto se produce tanto a nivel institucional, como de empresas privadas, e incluso en las situaciones personales. La necesidad de desenvolverse en el día a día impide dedicar el tiempo necesario a planificar y ejecutar un cambio de rumbo.
Por parte de las instituciones, los periodos de duración de los diferentes gobiernos, tanto locales, comarcales, estatales o supraestatales, suelen ser de 4 ó 5 años, según los países, con lo cual no pueden hacer planificaciones a largo plazo, además de dedicar mucho esfuerzo a la competición por alcanzar el poder.
En cuanto a las empresas, tienen como principal objetivo la obtención de beneficios, así que también sus acciones están limitadas por el cortoplacismo, ya que pueden invertir en cambios que que les supongan reducción de ingresos a muy corto plazo, pero en seguida deben volver a la senda del beneficio. Por otra parte, las empresas, por su propia naturaleza, siempre van a intentar crecer y, como se ha comentado, solo el decrecimiento planificado podría evitar el colapso de la civilización.
En lo que respecta a la población, pertenecemos a un sistema que nos deja muy poco margen de maniobra, pues para obtener los bienes necesarios para nuestra subsistencia, necesitamos dinero que nos permita adquirir esos bienes y, para ello, tenemos que trabajar en unas actividades determinadas, que ocupan la mayoría de nuestro tiempo y energía. Así que a los proyectos transformadores en los que nos podemos involucrar solo podemos dedicarle una pequeña parte de nuestro tiempo.

  • La psicología de la multitud.

Esto hace referencia a decisiones que podrían ser coherentes tomadas por una persona individualmente, pero que se convierten en catastróficas, si se deja arrastrar por la masa.
Como hemos dicho, lo prudente sería dejar de usar combustibles fósiles, pero como decisión individual eso resulta muy difícil para una persona que ve como todo el mundo los sigue utilizando.

  • La negación psicológica.

Aquí hace referencia a la tendencia a ignorar aquello que nos genera una emoción dolorosa. Por ejemplo, en las poblaciones que están por debajo de una presa y que sufrirían las consecuencias de un reventón de ésta, en principio, sienten menos miedo las poblaciones más alejadas, que no se verían muy afectadas. Lógicamente el temor va aumentando a medida que nos acercamos a la presa, pero se llega a un punto, en el que las consecuencias empezarían a ser catastróficas, donde se activa este proceso de negación psicológica, de manera que el temor, paradójicamente, empieza a disminuir, hasta el punto que las poblaciones colindantes con la presa no sienten miedo, pues las consecuencias de una rotura serían tan graves que ni siquiera contemplan esa posibilidad.
Ultimamente se ha acuñado un concepto que es el de ecoansiedad, que es aquella producida por el temor a las catástrofes ecológicas. Esta ecoansiedad empieza a estar presente en algunas personas pero, respecto a la población total, su número es aún muy reducido. Lo que indica que la gran mayoría de las personas estarían en la situación de negación psicológica.

  • La tragedia de los comunes.

Este es el dilema planteado por Garret Hardin, que se da cuando se comparte un recurso, pero cada quien actúa por su interés individual, sin pensar en el perjuicio colectivo. Un ejemplo es el caso de una pradera comunal en el que diferentes personas llevan sus animales para que pasten. Según Hardin, cada persona llevará tantos animales como pueda, aunque sepa que ya hay demasiados, pues su razonamiento es, si no los llevo yo, los llevará otra persona, así que este planteamiento se generaliza y se acaba agotando el recurso.
Para evitar esta tragedia es necesario poner en práctica algún mecanismo de regulación. Hardin plantea dos posibilidades: la regulación estatal o la privatización. En el primer caso, el estado limitará el uso del recurso evitando que sea gastado más rápido que su tasa de regeneración; mientras en el segundo, será la persona propietaria quien velará, por su propio interés, por la preservación del recurso.
Jared Diamond, por su parte, plantea de otra manera la cuestión de la regulación y afirma que esta puede enfocarse de arriba hacia abajo, que correspondería a la intervención estatal, o de abajo hacia arriba, que sería la gestión comunitaria.
Las instituciones que regulan el uso de los recursos en la actualidad, tanto por su génesis como por su desarrollo posterior, funcionan claramente de arriba a abajo, de manera que la capacidad de actuación de la población está muy limitada. Así que suponiendo que la estabilidad climática es un común, este estaría gestionado de arriba hacia abajo por las instituciones estatales.
Ya hemos citado en otras entradas los criterios de gestión que recopiló Elinor Olstrom, observando los comunes que funcionaban de manera exitosa, y ahí se explica que una gestión impuesta desde “arriba” dista mucho de ser la estrategia apropiada, más bien al contrario.
Por su parte, en un artículo escrito por Silvia Federici y George Caffentzis, que también hemos recogido en el blog, en la categoría “Textos completos”, se afirma que no existen comunes sin comunidad y ahí puede estar la clave de la cuestión.

La humanidad no va a tomar las medidas necesarias para mitigar el cambio climático porque no funciona como una comunidad.

La llamada Comunidad Internacional no es tal, sino un conjunto de estados, enfrentados en luchas de poder, que a veces incluso acaban en situación de guerra.

Para que hubiera una auténtica Comunidad Humana, las instituciones deberían de emanar de las comunidades locales que habitan un cierto territorio, las cuales se coordinarían con otras comunidades a nivel biorregional; estas, a su vez, para determinados asuntos, deberían dialogar con otras biorregiones, para gestionar, por ejemplo, recursos como el agua, que puede circular en ríos que pasen por varias biorregiones; y de ahí, quizá sí se podría pasar a instituciones globales, que al ser creadas de abajo a arriba, en relaciones de apoyo mutuo y con mecanismos de deliberación colectiva, serían capaces de plantear medidas en beneficio del conjunto de la humanidad.