
EL SISTEMA CAPITALISTA ES INCOMPATIBLE CON LA VIDA MISMA
Nos encontramos inmersas en una crisis ecológica que nos ha hecho traspasar la mayoría de límites planetarios. Estamos empezando a sufrir aquí, de forma cada vez más evidente, las consecuencias de un cambio climático que genera incendios forestales cada vez más violentos, sequías más intensas y fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes. La escasez de recursos amenaza la viabilidad de las cadenas de producción globalizadas y la posibilidad de mantener los niveles de consumo del norte global; mientras tanto, la sociedad de consumo se reafirma y consolida día tras día, y la desigualdad social sigue aumentando. Como consecuencia de esta falta de viabilidad de las cadenas productivas, grandes empresas explotan y anhelan más proyectos extractivistas que les permitan mantener un sistema productivo en decadencia. Los gobiernos aumentan la militarización y amenazan con guerras por recursos. Las necropolíticas fronterizas son cada vez más duras, los gobiernos del norte global se blindan para intentar mantener el dominio sobre territorios a los que saquea y explota.
Ante este escenario global, el capitalismo intenta mantener y afianzar su dominio mediante estrategias que se visten de ecologistas y democráticas, desarrollando un capitalismo verde que constituye una contradicción en sí mismo. También, intenta reforzar su poder impulsando derivas autoritarias que generan un caldo de cultivo donde el ecofascismo va arraigando poco a poco como posible “solución” a los retos globales y estructurales que se plantean.
Esta crisis ecológica, política, social y económica es la consecuencia de un sistema capitalista que prioriza el crecimiento económico por encima de la vida. Entre los intereses de quien se beneficia de este sistema y los nuestros, no hay mediación posible. Su afán por mantener el sistema de acumulación y su lógica ecocida y asesina, dejan en evidencia que el sistema capitalista es incompatible con la vida misma.
Nuestro rechazo a este sistema va mucho más allá de la situación de crisis actual. El capitalismo es un sistema fallido en sí mismo, que genera y se nutre de la crisis de ciertos territorios y sectores de la población; la percepción de la situación de crisis depende de qué lugar se ocupa en este mundo globalizado. Queremos hacer énfasis en que es necesario derrocar el capitalismo porque es un sistema que se sustenta en la explotación y el expolio de cuerpos y territorios, no porque ahora, circunstancialmente, se estén empezando a evidenciar las consecuencias en territorios y sectores de la población que antes parecían impunes.
Por todo esto, iniciar un proceso revolucionario es necesario, urgente e imprescindible.
Más allá de pensar sobre qué creemos que pasará en los próximos años, y lejos de pretender adivinar el futuro, creemos importante definir qué es lo que sí queremos desarrollar, centrarnos en las herramientas que tenemos y en cómo hacer este proceso.
Nuestra propuesta de una gestión de la sociedad que nos permita convivir sin atentar contra otros vivientes incluye diferentes ejes:
Por una parte creemos necesaria la reapropiación de la economía, que incluye el control de los medios de producción así como una redefinición de las necesidades.
La apuesta de socialización de los medios de producción debe hacerse con una perspectiva de clase y ha de tener una proyección de autogestión por parte de las trabajadoras. Pero en cualquier caso, siguiendo con la lógica de redefinir las necesidades y teniendo en cuenta los límites materiales, es necesario una priorización de qué se quiere conservar.
Creemos que hay algunas industrias que deberían mantenerse a escala global. Es el caso, por ejemplo, de la industria sanitaria, el transporte ferroviario y las comunicaciones, así como algunas industrias secundarias asociadas a su cadena de producción, entre otras. Respecto a la sanidad, por hablar de un caso en concreto, sabemos que la medicina y la ciencia moderna pueden suponer en muchos casos un beneficio para la población, pero hay que liberar la industria sanitaria de lógicas mercantilistas, extractivistas, especistas, y de formas de aplicarla que generen una pérdida de autonomía para las personas.
Por el contrario, pensamos que muchas otras industrias y cadenas de producción deberían desaparecer. Hay que redirigir la energía y los recursos a aquello esencial entendido desde una perspectiva comunitaria. Deberían potenciarse oficios del sector primario, no industrializables y basados en el cuidado y la regeneración del entorno. Hace falta una renaturalización de los territorios que necesariamente implicará una reruralización de la vida, los oficios y la producción.
Esta redistribución y priorización que planteamos, se basa en una redefinición de las necesidades que parte de una concepción igualitaria de todas las personas y territorios, desde una perspectiva decolonial y ecofeminista, anhelando una reparación y justicia global. Por eso vemos fundamental e imprescindible la redistribución de la riqueza a escala global, acabar con los proyectos extractivistas y con la explotación de territorios de sacrificio, así como garantizar vías seguras de libre movilidad. La lucha contra el capitalismo globalizado, por tanto, debe articularse en un marco internacional de colaboración entre comunidades y redes de apoyo mutuo más allá de las fronteras.
Por otro lado, vemos necesario generar medios de producción y reproducción autónomos y autogestionados por la clase trabajadora. Sectores como la alimentación, al vivienda, o los servicios y los cuidados permiten desarrollar este tipo de organización local con una perspectiva comunal y autogestionaria.
No pensamos que uno de los ejes sea más importante que otro, ni a nivel de prioridad ni tampoco de temporalidad. Es necesario hacer los dos procesos de forma simultánea para evitar topar con límites materiales y, por tanto, aportar viabilidad a la propuesta de sostenimiento de la vida a escala global.
Pero qué herramientas y estrategias tenemos para poder llevar a cabo esta propuesta de organización social?
Creemos que hay que generar un contrapoder de la clase desposeída lo suficientemente capaz de confrontar al capital. Debemos tener en cuenta que aquello que sostiene el poder y la hegemonía capitalista es el monopolio de la fuerza, el dominio cultural y la posesión de los medios de producción. Para poder confrontar estos elementos, es necesario que nos ubiquemos como clase trabajadora y desposeída en una posición de fuerza a nivel material y generar una cultura que contraponga su hegemonía. Como anarquistas, no creemos que este contrapoder deba estar articulado en base a una estructura jerárquica, autoritaria o bajo lógicas de partido. Y de aquí se deriva la segunda herramienta que creemos que tenemos que potenciar:
Defendemos la organización horizontal como forma de estructura que permite poner en práctica la agencia de decisión y de acción de cada persona. Creemos firmemente que hay que desarrollar herramientas que contribuyan a hacer de este modelo organizativo una propuesta práctica, realista y eficiente a gran escala. Porque pensamos que son tan importantes los medios como los fines, discrepamos con formas y estructuras de organización social que perpetúan las lógicas de la delegación la desresponsabilización, y que atentan contra la agencia y la autonomía de las personas. Bajo este mismo argumento, defendemos una forma de actuar basada en la autogestión y la acción directa, y vemos limitante la participación reformista. Sólo desarrollando una lógica colectiva de implicación y agencia total en la vida, con una perspectiva comunitaria, de clase y de justicia global, podremos superar el pensamiento que sustenta la hegemonía capitalista.
Esta es precisamente la tercera cuestión en qué creemos importante incidir. De la mano del contrapoder material, debemos desarrollar un cambio cultural y de pensamiento. Hay que desmitificar la asociación de libertad con el consumismo y romper con el mito del progreso y de la felicidad relacionada con lo material. En este sentido, revertir la lógica individualista que prioriza las necesidades individuales por encima de de las colectivas, y trabajar en generar una concepción colectiva de la vida. Tenemos que tomar consciencia de la codependencia ecosistémica que tenemos como seres vivientes, y a partir de aquí afianzar unos principios de justicia global, solidaridad y apoyo mutuo, que no solo se queden en la moral, sino que se entiendan también como la base para fortalecernos colectivamente y para sostener la vida a nivel material.