Una perogrullada, lo que Avatar relata como conflicto, la lucha depredadora del capital contra la naturaleza y los pueblos, es un reflejo de lo que nos sucede. Avatar parte de la consumación histórica de tal proceso “allí [en la Tierra] ya no queda verde y harán aquí lo mismo” se profetiza. A primera vista, la película, además de su innegable belleza, podría pasar por un alegato antiimperialista y ecológico aderezado de animismo fisiológico. Pero sólo a primera vista, en realidad la cinta se mueve y es posible gracias a otra fe, la fe en el progreso tecnológico, dogma capital que haría posible extender y expandir (infinitamente, más allá de los recursos del planeta, como el infierno eterno de Ratzinger) la lógica depredadora ecológica a otros mundos.
Mientras esperamos que el equipo técnico de expertos de Goldgod provea nuestro futuro podemos entretenernos con Avatar, película que amenaza con progresar en saga.