3. marco teórico

Aquí mostramos un esbozo de las bases teóricas que usamos como referencia para abordar nuestras acciones, con un planteamiento que se acerca más a «cómo gestionar el colapso» que a «cómo hacer una transición ecológica» de la sociedad. Aunque muchas propuestas de acción coincidan con las de dicho movimiento.

En este esquema teórico planteamos una estrategia que trata de dar coherencia a las acciones concretas que venimos realizando en el ámbito de la autogestión. Sobre los textos que aquí mencionamos desarrollaremos reseñas más extensas en las sucesivas entradas del blog.

ASUMIR UN POSIBLE, PROBABLE O INEVITABLE COLAPSO

En 1972, un grupo de investigación del Instituto Tecnológico de Massachusetts hizo una proyección de la evolución de diferentes parámetros de la civilización contemporánea. Para ello modelizaron el sistema mundo e hicieron simulaciones por ordenador para prever su evolución. Los parámetros que estudiaron fueron: remanente de recursos no renovables, producción per capita de alimento, industrial y de servicios, contaminación y, por último, población. En las simulaciones, hicieron evolucionar varios modelos y, en cada modelo, probaban varios escenarios según las medidas correctoras que podrían tomar las diferentes administraciones. En el modelo denominado World 3 había un escenario al que llamaron «bussines as usual», que era aquel en que no se tomaba ninguna medida. Tres décadas después de la aparición de este estudio, se revisaron los datos reales para comprobar si coincidían con algún escenario. El resultado sobre el modelo «bussines as usual» se muestra en la siguiente gráfica:

En la gráfica se observa cómo, según se consumen recursos no renovables, va aumentando la producción y la población humana, hasta que la pendiente de caída de recursos no renovables aumenta y, a la vez, se alcanza un máximo en la producción de bienes y servicios. Este pico de producción aparece, más o menos en los años 20 del siglo XXI y, a partir de ahí, empieza a bajar. Como vemos, en 2030 la producción mundial está ya en declive y ahí se produce el pico de población mundial, que comienza a reducirse a partir de entonces. Teniendo en cuenta que las tres causas de reducción drástica de población son las guerras, las epidemias y las hambrunas, habría que tomarse bastante en serio este estudio.

Hay que tener en cuenta además, que esta previsión, de por sí preocupante, no incluye dos problemas que actualmente se han hecho evidentes, como son el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad. Sobre el primero, hay estudios que predicen que grandes extensiones del planeta pueden volverse inhabitables y, sobre el segundo, existe el riesgo de perder importantes servicios ecosistémicos, como la polinización o un cierto efecto barrera ante zoonosis que pueden llegar más fácilmente a la población humana.

Entre los recursos no renovables cuya producción empieza su declive, destaca el petróleo por su importancia estratégica en el resto del sistema productivo, La Agencia Internacional de la Energía (AIE) reconoció que el pico del petróleo convencional se alcanzó en 2006. A partir de ahí, el flujo de petróleo diario se pudo mantener gracias a los petróleos no convencionales, sobre todo, gracias al petróleo extraído en EEUU con la técnica del fracking. Teniendo en cuenta todos los tipos de petróleo, la previsión que hacía la AIE en su informe de 2018 es la siguiente:

Aquí la AIE advertía, que para 2025, el desfase entre demanda y oferta de petróleo podría alcanzar cifras del orden de 30 y hasta 50 millones de barriles diarios.

Con estos datos, hay quienes pensamos que el colapso económico y, a partir de éste, el político y, en definitiva, el de toda la civilización actual, es inevitable. Asumir la inevitabilidad o, al menos, la posibilidad de un colapso a corto plazo, nos parece el primer paso para afrontar el futuro de la mejor manera posible, para intentar minimizar daños y buscar vías de oportunidad, intentar «hacer de la necesidad virtud», que es una frase que la RAE define como: «Tolerar con ánimo constante y conforme lo que no se puede evitar», y que describe bastante bien nuestra visión del colapso.

PERO, ¿EN QUÉ CONSISTE EL COLAPSO?

Hay un libro titulado, precisamente, «Colapso», en el que el geógrafo Jared Diamond, describe cómo colapsaron diferentes civilizaciones a lo largo de la historia. Una de ellas es la civilización maya. Pero que colapsara la civilización, no quiere decir que desapareciera la población y la cultura mayas, de hecho hoy en día, en el sur de México y en Guatemala, hay mucha población de cultura maya que pervive y, curiosamente, entre esas comunidades, las que habitan en la región de Chiapas han desarrollado un modelo de organización que podría ser un referente para una sociedad postcolapso.

Yves Cochet, político ecologista, que llegó a ser ministro de medioambiente de Francia, define el colapso como «proceso durante el cual, y a la salida del cual, los recursos básicos (agua, alimentación, alojamiento, vestido, energía, etc.) no son suministrados (a un coste razonable) a una mayoría de la población por servicios enmarcados en la ley». Es decir, que son las instituciones las que dejan de dar respuesta a las necesidades de la ciudadanía y las que, por tanto, colapsan. Así que durante el proceso de colapso, habría que mantener las instituciones que sean compatibles con la nueva realidad que impondrá la disponibilidad de recursos, y habrá que desechar, y sustituir por otras nuevas, aquellas que no sean válidas en la nueva situación. Así que es con esta perspectiva de creación de nuevas instituciones como proponemos afrontar el futuro, que vemos, además, como oportunidad para mejorar lo que ahora existe.

Una evidencia de la nueva situación será la escala de actuación. Al desaparecer la enorme capacidad de mover personas y mercancías que proporciona el petróleo, los recursos deberán ser gestionados a nivel local y, en consecuencia, la organización de la sociedad deberá articularse también a ese nivel. El citado Yves Cochet propone un modelo basado en la bioregión, que sería un «territorio con un sistema de comunalismo ecológico, de un municipalismo participativo, para la gestión democrática de los comunes». Pone como ejemplos actuales de ese modelo la ZAD de Notre Damme des Landes, en la que participan algunos centenares de personas y, en una dimensión mucho mayor, de varios millones de personas, la confederación de Rojava, en el norte de Siria.

Para que las nuevas instituciones sean una alternativa deseable, deberán basarse en principios que den una mejor respuesta a las necesidades de la sociedad humana y que, además, pongan en el centro el cuidado de la biosfera de la que formamos parte.

Pensemos pues, cuales pueden ser esos principios que habría que ir introduciendo en el imaginario colectivo, para que se conviertan en normas sociales y se concreten en nuevas instituciones.

ECONOMÍA vs CREMATÍSTICA

En el paradigma económico actual se vincula el progreso de la sociedad con el crecimiento económico, medido en términos de Producto Interior Bruto (PIB). En 1974, Richard Easterlin realizó un estudio para comprobar si había correlación entre el PIB de un territorio y la sensación de bienestar de las personas. El resultado fue que, una vez satisfecha la necesidad de subsistencia, unos mayores ingresos no implican un mayor bienestar. Es lo que se conoce como la paradoja de Easterlin, cuyo resultado no es de extrañar si se tiene en cuenta que el PIB suma el conjunto de transacciones monetarias, sean estas positivas o negativas. Por ejemplo, hay eventos que hacen crecer el PIB por el movimiento monetario que generan, aunque sean hechos nocivos, como accidentes de tráfico, incendios forestales, etc.

Con intención de buscar indicadores económicos más ligados al bienestar de las personas, se han definido otros como el Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES) o, posteriormente, el Índice de Progreso Genuino (IPG). Es curioso ver como este tipo de indicadores, al ser comparados con el PIB, muestran un paralelismo con éste hasta cierto nivel de desarrollo económico y, a partir de entonces, se van bifurcando, poniendo de manifiesto la paradoja de Easterlin. Así se observa en esta gráfica con datos de EEUU:

Pero más que buscar el indicador idóneo en la economía monetizada, nos interesa analizar el concepto de economía en su origen. En el s. IV a.d.c., Aristóteles diferenciaba dos modos de adquisición: la economía y la crematística.

La economía, etimológicamente, sería algo así como la gestión del hogar y su fin sería la adquisición de bienes para la satisfacción de necesidades. Teniendo por tanto, un límite natural.

La crematística, tendría un significado más parecido al concepto de enriquecimiento, que surge con la aparición de las monedas y cuyo fin sería obtener la mayor ganancia posible. El propio Aristóteles critica duramente la crematística afirmando que supone el «uso antinatural de las habilidades humanas, un trastorno de la economía, porque no se orienta en la naturaleza, sino solo pretende la explotación. Se junta con el oficio de los usureros, odiado porque obtiene su ganancia del dinero mismo y no de las cosas para cuya venta se inventó el dinero. La crematística es insaciable». A la vista de estas definiciones, parece que llevamos siglos practicando la crematística más que la economía.

Busquemos por tanto, en este cambio de civilización obligado, un nuevo paradigma económico, partiendo de las necesidades humanas, sin olvidar los límites del planeta.

DESARROLLO A ESCALA HUMANA

Una propuesta muy interesante en este sentido es la que hacen Manfred Max-Neef y sus colaboradores, en el libro «Desarrollo a escala humana». En él, plantean que la economía debe estar al servicio de las personas, por tanto, el bienestar económico debe estar ligado a la satisfacción de las necesidades humanas.

La economía convencional contempla el vínculo entre deseos y bienes. Frente a este planteamiento, este modelo vincula 3 elementos: necesidades, satisfactores y bienes. Por ejemplo, para la necesidad de la Comprensión, contamos con el satisfactor de la literatura y el bien asociado sería un libro.

En este enfoque, se considera que las necesidades humanas son universales y serían: SUBSISTENCIA, PROTECCIÓN, AFECTO, IDENTIDAD, COMPRENSIÓN, CREACIÓN, PARTICIPACIÓN, OCIO y LIBERTAD. Los satisfactores, en cambio, dependen del contexto cultural y cada comunidad debería desarrollar los suyos.

Puesto que las necesidades son interdependientes. Para analizar los satisfactores a desarrollar por una comunidad, se propone una matriz que en sus filas representa las 9 necesidades humanas y en las columnas los 4 ámbitos del ser humano: SER (cualidades), TENER (cosas), HACER (acciones) y ESTAR (escenarios). El cuadro muestra un ejemplo de matriz de necesidades y satisfactores:

Desde su publicación, este modelo se ha utilizado en muchas comunidades de América Latina, mostrándose muy útil como herramienta para el diagnóstico y las propuestas de acción comunitaria. Creemos que puede ser interesante su uso ante un futuro de austeridad de recursos energéticos y materiales, ya que nos permite ver que la mayoría de las necesidades humanas no están vinculadas al consumo material, sino más bien a una sana articulación de la sociedad que, a nuestro modo de ver, debe tener como pilares el apoyo mutuo y la autogestión.

LA IDENTIDAD RELACIONAL

Un elemento de peso en el paradigma actual es el individualismo, que nos transmite una falsa sensación de independencia. El desarrollo de este fenómeno lo describe muy bien Almudena Hernando en el libro «La fantasía de la individualidad». En él define las dos caras que componen la identidad, una es la individual, que te sitúa en el mundo, y la otra la relacional, que tiene que ver con tu grupo de pertenencia, y que si analizamos las necesidades descritas en el apartado anterior, vemos que es fundamental en la satisfacción de muchas de ellas.

Así que, sin negar la importancia de la identidad individual, hay que reivindicar el espacio para la identidad relacional y buscar el equilibrio entre ambas, pues ahora la balanza está muy desequilibrada hacia un lado. Al predominar el lado individual se pone más el acento en la diferencia y eso genera una desconfianza del resto, y una sensación de miedo a las demás personas, que puede derivar en situaciones de dominación. Un caso muy claro es el dominio de los hombres sobre las mujeres.

Este se empieza a gestar con el reparto de tareas que se da en las sociedades primitivas, cuando pasan a practicar la agricultura, pues en ese momento, los hombres salen más de la aldea y adquieren mayor identidad individual. Ese mayor contacto con el exterior, genera en los hombres un mayor conocimiento del medio, y una consecuente disminución del miedo a la naturaleza, pero hace aparecer el miedo a otros hombres y el yo como fuente de seguridad. Mientras, van abandonando su parte emocional, en realidad negándola, pero como la siguen necesitando, lo solucionan sometiendo a otra persona que le proporcione ese lado emocional, y esa persona será una mujer, pues ellas mantienen mucho más la identidad relacional. Entre otras cosas, porque en el reparto de funciones, asumen las tareas de cuidados, haciéndose más conscientes de la realidad de la interdependencia, frente a la ilusoria independencia de los hombres.

Es prioritario, por tanto, que se creen esos grupos de referencia, esos sujetos colectivos, que aporten la sensación de pertenencia que necesitamos todas las personas. Pero además, es fundamental que se haga con criterios comunitarios. Esas comunidades se pueden crear en torno a la gestión de recursos comunes, con criterios de cooperación, reciprocidad y responsabilidad. Silvia Federici nos advierte que también puede haber comunes cerrados y comunes con fines mercantiles, que debemos evitar, y propone unos criterios para identificar los comunes que nos interesa fomentar, con elementos como el autogobierno, el acceso equitativo, la interdependencia, la toma de decisiones colectivas, etc.

Sobre esta propuesta de comunalización, que desde aquí compartimos, puede ser muy útil también la aportación de Elinor Olstrom, que investigó durante años la gestión de los bienes comunes a lo largo del mundo, llegando a la conclusión que hay unos criterios que garantizan el éxito de la gestión comunal. Estos criterios están relacionados con: la definición de límites de recurso y usuarias; la congruencia con el contexto social y ecológico; pequeñas organizaciones que se coordinan; la participación de las personas implicadas; vigilancia de uso; sanciones proporcionadas si no se respetan los acuerdos; mecanismos de resolución de conflictos; y reconocimiento del derecho de autogestión del recurso.

EL HOMO ECONOMICUS

El concepto de homo economicus fue usado por primera vez, en el siglo XIX, por el economista John Stuart Mill. Con él definía a un ser racional, cuya motivación es obtener el máximo beneficio individual en función de los recursos disponibles y de sus preferencias. Aunque si su intención es obtener el máximo beneficio, habría que hablar más bien de homo crematisticus. En cualquier caso, este modelo de ser egoísta se va fraguando a lo largo de la edad moderna con las ideas de gente como:

  • Thomas Hobbes (1588-1679), que consideraba que al ser humano le mueven principalmente el deseo y el miedo, y cuya forma de pensar es comprensible, atendiendo a su propia experiencia, pues él explicaba como, durante su nacimiento, su madre estaba viendo llegar a la costa la armada invencible española, y afirmaba que, en ese momento: “mi madre dio a luz gemelos, yo mismo y el miedo”.
  • John Locke (1632-1704), considerado el padre del liberalismo clásico, y cuyas ideas afianzan la concepción moderna del yo (el individualismo del que hablábamos). Introdujo el concepto de derechos humanos, y consideraba que el Estado debe defender como derechos fundamentales: la vida, la libertad y la propiedad, pero siempre como derechos individuales, no colectivos, y con un claro sesgo clasista, pues proponía que los pobres debían aprender un oficio (no acceder a estudios superiores) y que debían trabajar desde la mañana temprano hasta tarde por la noche, además, proponía que se tratase con fuerte disciplina a los niños de clase baja para evitar que se hicieran delincuentes.
  • David Hume (1711-1776), cuyas ideas influyeron en su amigo Adam Smith, defendía la propiedad privada, pues aunque reconocía que no supone un derecho natural, se justifica por la limitación de los bienes disponibles.
  • Adam Smith (1723-1790) recogió todas estas ideas en una obra, considerada fundacional de de la teoría económica clásica, titulada: “Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”, donde plasma la idea que la clave del bienestar social está en el crecimiento económico, y que este se potencia a través de la división del trabajo y la competencia. Reconoce la interdependencia, al considerar que el ser humano necesita la ayuda de sus semejantes, pero aclara que esta ayuda no la presta por bondad, sino por su propio interés.

Así se introducen en el imaginario colectivo ideas como la del crecimiento económico, como única manera de alcanzar bienestar social, que deriva en los problemas ambientales actuales; una justificación del egoísmo como fuente de progreso, pues solo el interés individual hace actuar a las personas y, gracias a ello, se genera riqueza que beneficia a toda la sociedad; y una apología de la competencia, pues la rivalidad entre esos seres egoístas genera más riqueza aún.

Para afianzar estas ideas, se busca justificación en teorías científicas como la de la evolución de Darwin, pues en ella se describe la competición como un factor de evolución; o la sociobiología, que surge en los años 70 del siglo XX y estudia las sociedades humanas y animales a través de la genética, planteando que los genes dirigen la evolución y que estos tienden a perpetuarse, ahondando en la visión individualista.

En nuestro planteamiento, cuestionamos la idea de crecimiento económico, pues, como planteamos antes, la economía debe estar al servicio de las necesidades humanas y estas (al menos las materiales) no son infinitas. Y cuestionamos también el excesivo valor que se concede al egoísmo, al miedo y a la competencia, pues sin negar que existen y que juegan un cierto papel, reivindicamos la importancia del altruismo y el apoyo mutuo como herramientas fundamentales para el bienestar social. Nos basamos, para ello, en múltiples estudios hechos desde el ámbito de la antropología, la sociología, la economía y la psicología.

EL HOMO SOLIDARICUS

Homo solidaricus es el título del libro que han escrito los noruegos Wegard Harsvik e Ingavar Skjerve, como contrapartida al homo economicus descrito antes. En esta obra nos explican que el comportamiento altruista está presente en nuestra genética, según demuestran múltiples estudios realizados durante los últimos 50 años, en campos como la biología, la ciencia del comportamiento o la economía. Así que para que aflore ese comportamiento altruista “bastará” (y ahí está nuestro reto) con organizar la sociedad de tal manera que se estimule nuestro lado empático.

Estos resultados no son de extrañar, pues desde el inicio de la teoría de la evolución ya se observó la importancia del apoyo mutuo como otro factor importante en el devenir de las especies, por parte del propio Darwin y, sobre todo, de Kropotkin. Que las observaciones de comportamientos cooperativos fueran mayores en los estudios de campo de Kropotkin, frente a los de Darwin, tiene todo el sentido, pues el primero realizó sus investigaciones en Siberia, mientras el segundo lo hizo en zona tropical. La explicación reside en la escasez o abundancia de recursos que hay en cada zona, pues la rivalidad supone un gran gasto de energía, y en zonas de escasez, es un lujo que las especies no pueden permitirse y han de cooperar si quieren salir adelante.

Otros dos científicos que han revisado múltiples estudios sobre esta cuestión son los franceses Pablo Servigne y Gauthier Chapelle y los han descrito en un libro titulado “L’entraide, l’autre loi de la jungle” (“El apoyo mutuo, la otra ley de la selva”). En él nos cuentan como la teoría de la sociobiología, que se usó para justificar el modelo de homo economicus, fue cuestionada desde el año 2000, por uno de los creadores de la misma, Edwad O. Wilson, que resta importancia a la genética y valora la influencia del medio en la evolución, recuperando el segundo nivel de selección que también reconocía el propio Darwin, la selección de grupo (el primer nivel sería la selección individual) concluyendo que: “El egoísmo suplanta al altruismo en el seno de un grupo. Mientras los grupos altruistas suplantan a los grupos egoístas”.

Pablo y Gauthier nos cuentan también cómo puede evolucionar el círculo virtuoso del apoyo mutuo. Para ello se basan en los modos cognitivos descritos por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky: El sistema 1, que sería un modo de rutina, espontáneo y emocional; y el sistema 2, que sería el racional que requiere un esfuerzo de concentración. Cuando las personas aprendemos algo necesitamos estar atentas y concentradas, estaríamos en el sistema 2. A fuerza de repetir lo aprendido pasamos al modo rutina, es decir, nuestra mente bascula al sistema 1.

Durante la infancia vivimos continuas experiencias en las que somos ayudadas por las personas mayores. Así que en esta etapa, en la mayoría de los casos, habremos interiorizado una actitud cooperativa, lo que explicaría por qué, cuando vemos a alguien que necesita ayuda, nuestro primer impulso sea prestársela.

Otro mecanismo que suele estar presente en la mayoría de las personas es la reciprocidad. Cuando alguien nos ayuda, genera en nuestro interior un agradecimiento que nos produce el deseo de devolver esa ayuda.

La reciprocidad también opera de manera indirecta, es decir, si no surge la opción inmediata de devolver la ayuda prestada a la misma persona, la actitud generada nos anima a ayudar a otras. Se puede crear así una red de cooperación e incluso una cultura del apoyo mutuo.

Una vez establecida la cultura del apoyo mutuo estaríamos alimentando nuestras rutinas (el sistema cognitivo 1) con experiencias cooperativas, que facilitarían la espontaneidad de las mismas, cerrando el círculo virtuoso del apoyo mutuo.

¿ES UN COLAPSO MOMENTO PROPICIO PARA LA COOPERACIÓN?

Pues vivimos en la civilización de la abundancia, el colapso de esta nos llevará a una reducción de los recursos disponibles, que es lo que sucede también cuando se produce una catástrofe, tipo incendio, terremoto, inundación, etc. Para intentar prever nuestra reacción ante el colapso, podemos analizar lo que sucede en esas situaciones, que es lo que hace Rebeca Solnit en su libro “Un paraíso en el infierno”.

La primera observación es que, en los desastres, destaca la improvisación, se producen nuevos roles, nuevas alianzas, nuevas reglas. Se producen alteraciones, cambios que abren la posibilidad de una transformación de la sociedad.

Y si en esas situaciones predomina la improvisación, y antes comentamos que la tendencia espontánea es hacia la cooperación, el apoyo mutuo, el altruismo, … ¿No debiera ser eso lo que aparecería en los desastres?

Para responder a esa pregunta hay una rama de la sociología que estudia este tipo de situaciones, la sociología del desastre y sus conclusiones suelen responder afirmativamente a esta cuestión. El desastre nos libera de preocupaciones, inhibiciones y ansiedades de la vida diaria y nos centra en lo que de verdad importa, nos sitúa ante las necesidades reales. La sensación de pérdida generalizada y, por tanto, compartida, produce una solidaridad íntima, pues buscamos la sensación de seguridad perdida, y la hallamos en la comunidad. De manera que la identidad comunitaria se ve reforzada. A estas conclusiones llegó el sociólogo del desastre Charles E. Fritz, que era capitán del ejército estadounidense en la 2ª guerra mundial y que vivió situaciones de desastre de primera mano.

Pero si la actitud generalizada es la calma, la cooperación y la autogestión, ¿por qué tenemos la imagen de que en los desastres surgen los saqueos, la violencia y el caos?

Pues porque es la imagen que nos transmiten los medios de comunicación, las películas, las autoridades, pero es eso, una imagen, basada en episodios aislados, que son magnificados por las creencias, por los relatos elaborados a partir de una ideología y, a veces, una profecía autorealizada, cuando son las autoridades las que generan problemas al reprimir la autoorganización de la población. Es lo que en la sociología del desastre se denomina el pánico de las élites, pues cuando el estatus quo se altera, son los garantes de ese estatus quienes más tienen que perder y más se asustan ante las crisis.

Así pues, a la pregunta de arriba la respuesta es que es posible, e incluso probable, que el apoyo mutuo aparezca en una situación de colapso rápido. El reto puede ser mantener ese arranque inicial, para que se prolongue en el tiempo, combatiendo el pánico de las élites y asentando una sociedad solidaria. Pero, ¿cómo hacerlo?

CÓMO HACER QUE EL APOYO MUTUO SE MANTENGA

Pablo Servigne y Gautier Chapelle, nos hablan de aquellos elementos que refuerzan el apoyo mutuo. Destacan la importancia de la reciprocidad, considerando que esta se puede favorecer insistiendo en su práctica, pues suele ser contagiosa; la reputación, que valore positivamente a las personas que tienden a la cooperación; e incluso, hablan de recompensa y penalización, aplicadas a las actitudes altruistas y egoistas, respectivamente, asentando un imaginario que aplaude las conductas solidarias y afea las insolidarias, que en realidad ya existe, pues se han realizado experimentos sobre comportamiento en grupos, para observar actitudes cooperativas o egoístas, y en ellos se observa como se premian las primeras y se sancionan las segundas, es decir, que estos elementos se valoran ya como norma social, solo hay que insistir en ello.

Si conseguimos reforzar la reciprocidad como norma social, solo nos faltará que la comunidad las institucionalice, esto es, fomentar la identidad comunitaria creando instituciones (por pequeñitas que sean) que reconozcan explícitamente en su fundamento el apoyo mutuo.

Para que una comunidad llegue a cohesionarse según estos principios, es importante que sus miembros sientan sensación de seguridad, igualdad y confianza. Para ello, es importante que todas las personas se sientan partícipes en la creación de las normas sociales e instituciones que debemos desarrollar, como alternativas a las que van a colapsar.

RESUMIENDO

El declive de los combustibles fósiles y, en particular, del petróleo, va a ocasionar un descenso en la disponibilidad de energía, tan drástico, que al chocar con el paradigma del crecimiento económico, provocará una crisis sistémica, que desembocará, a corto plazo, en un colapso económico, y a continuación en otro institucional. En ese momento, la globalización capitalista llegará a su fin y las relaciones económicas, políticas y sociales se centrarán en el ámbito local.

En cada territorio habrá que replantearse la gestión de unos recursos en declive, en un medio ambiente deteriorado y con una población educada en el individualismo. La mayoría de las personas que han estudiado la cuestión, consideran que las opciones se reducirán básicamente a dos: la autoritaria, en la que una élite gestionará y racionará los recursos disponibles, bajo un modelo que han denominado ecofascista; y la comunitaria, que estaría basada en una organización igualitaria en la que predominaría la cooperación y que sería la que aquí proponemos.

Para conseguir que en una biorregión se bascule hacia el modelo comunitario, proponemos desde ya la puesta en práctica de proyectos autogestionados, que explícitamente promuevan el apoyo mutuo, que se coordinen entre sí elaborando un discurso común y que así se conviertan en las semillas de las nuevas instituciones que debemos crear.

BIBLIOGRAFÍA

A continuación, citamos algunos libros que nos han sido muy útiles en la elaboración de nuestra propuesta:

Chapelle, Gauthier y Servigne, Pablo (2017), «L’entraide, l’autre loi de la jungle», Les liens qui liberent.
Cochet, Yves (2019), «Devant l’effondrement. Essai de collapsologie», Les liens qui liberent.
Diamond, Jared (2007) «Colapso, por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen», Debolsillo
Federici, Silvia (2010), «Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria», Traficantes de sueños.
Federici, Silvia (2020), «Reencantar el mundo. El feminismo y la política de los comunes», Traficantes de sueños.
Fernández Durán, Ramón y González Reyes, Luis (2018), «En la espiral de la energía. Historia de la humanidad desde el papel de la energía (pero no solo)», Libos en acción (Ecologistas en acción)
Harsvik, Wegrad y Skjerve, Ingvar (2022), «Homo Solidaricus», Bellaterra
Hernando Gonzalo, Almudena (2018), «La fantasía de la individualidad», Traficantes de sueños.
Max Neef, Manfred (1986), «Desarrollo a escala humana: Conceptos, aplicaciones y reflexiones», Icaria Editorial.
Max Neef, Manfred y Smith, Philip B. (2011), «La economía desenmascarada. Del poder y la codicia a la compasión y el bien común», Icaria editorial.
Pérez Orozco, Amaia (2014), «Subversión feminista de la economía», Traficantes de sueños.
Solnit, Rebeca (2020), «Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre», Capitán Swing.
Taibo, Carlos (2016), «Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo», Los libros de la catarata.
Turiel, Antonio, (2020), «Petrocalipsis, crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar», Alfabeto.